Bipolaridad K: Los pobres buenos y los pobres malos

Carlos Salvador La Rosa para Los Andes hace un análisis de la incomprensión del gobierno y su militancia del problema de los saqueos. El gobierno una vez más polariza a la sociedad y señala a pobres buenos y obedientes y pobres malos y golpistas.
domingo, 15 de diciembre de 2013 · 17:22
CIUDAD DE MENDOZA (Los Andes). Así narraba lo que le tocó ver un mendocino, testigo casual y presencial de los saqueos en Tucumán:
 
"Eran incontables, avanzaban como zombies. Saqueaban sin que se les notara rechazo hacia la sociedad ni rencor hacia los que tienen más que ellos. Marchaban sin odio alguno y sin la menor intencionalidad política, como que eso de la política fuera un mundo que no les compete. Muchos, en especial los que iban delante, eran ladrones de profesión pero muchísimos más era la primera vez que saqueaban influidos por el clima de la multitud, y quizá no lo hagan de nuevo, o la semana que viene le compren al vecino lo que esta vez le robaron. Iban porque querían el plasma, el premio mayor. Todos quieren uno. En los momentos de descanso del saqueo se sentaban en las veredas y tomaban vino o cerveza. La mayoría eran jóvenes, hasta demasiado jóvenes, y todo lo vivían como si fuera una fiesta. Para algunos era como una rateada masiva; para otros, como una diversión que los saca de la rutina de no tener nada que hacer durante todo el día. Otros lo hacían porque sí y otros porque los demás estaban todos en lo mismo. Los primeros en entrar a robar eran grupos más organizados, pero no una organización que venía de la política o desde arriba, sino que se preparaban colectiva y precariamente en las esquinas y luego se dividían tareas; primero, avanzaban con autos o con motos los que tenían experiencia en robos. Ellos se quedaban con las mercaderías de mayor valor. Luego se retiraban y entonces, recién allí, entraban en multitud los que los seguían, que se quedaban con los restos que les dejaron, rompiendo todo. Resultaba difícil distinguir al que saqueaba de los saqueadores porque eran física y socialmente muy parecidos. Mientras más precario es el barrio, más anarquía hay en el robo. En los lugares más pudientes el saqueo es bastante ordenado, como pidiendo permiso, pero mientras más se desciende en la precariedad de las viviendas, el robo es más desfachatado, y entonces más que zombies se asemejan a un malón en orgía. La sensación que abarcaba todo el dantesco escenario, aparte del miedo profundo no sólo al robo sino a lo desconocido, era que todo parecía volver al estado de naturaleza, ese donde el hombre es lobo del hombre”. 
 
Este tipo de saqueos nada tiene que ver con la desestabilización de la democracia como pretenden hacernos creer desde el gobierno. Ocurren en otro plano, en otro espacio. Los saqueadores no miran a Cristina, ni al poder; tampoco reclaman ni peticionan, sólo saquean. Es una radiografía de lo mal que se vive abajo, aunque se coma y no se salga a robar por hambre. Con los saqueos se vio la verdadera cara de la marginalidad y al gobierno no le gustó lo que vio, por eso decidió ignorarlo y seguir con su fiesta. 
 
Si hay algún tipo de organización delictiva en los saqueos, es una organización desde abajo, desde la periferia, ya que la política ni aunque quisiera la podría organizar. Los punteros tienen como misión reclutar a los pobres como mano de obra para las tareas políticas y mantener la paz dentro del territorio. La consigna era, "de la villa a la movilización y de la movilización a la casa”. 
 
Por su parte, los narcos y ciertos policías se dividen espacios cobrándose con prebendas el mantener algún tipo de precario orden dentro del caos existencial. Pero esta invasión masiva y violenta contra la ciudad, aunque fuera aprovechado por todos los sectores citados, no fue organizado integralmente por ninguno de ellos.
 
Y probablemente no fue organizado por nadie, para desazón del gobierno. Se trató de un estallido en el que se juntaron mil y una causas, pero nadie lo pensó y concretó en base a una idea o estrategia preconcebidas. Eso es lo que cuesta entender, porque más fácil, mucho más tranquilizador, sería descubrir al "autor intelectual” de la invasión al cual echarle todas las culpas y así lograr que las explicaciones convencionales cierren.
 
"Acá nadie se contagió de nada”, dicen desde el poder; "acá hubo una conspiración precisa de sectores organizados que organizaron el pillaje con muy precisas instrucciones e intenciones”, insisten. Ilusos.
 
Es que si se sigue con el cuento de que vivimos en Disneylandia, lo que ocurrió jamás podría haber ocurrido. No se lo puede entender porque, si se lo entiende, todo el edificio relatado en una década se hace humo porque es -y siempre fue- de humo. 
 
Entonces hay que rogar que exista un malvado que arregló (o desarregló) todo. En todo caso, lo más que el gobierno nacional concedería es admitir que este tipo de cosas podrían ocurrir más o menos espontáneamente en Córdoba donde gobiernan los que no son del palo y por lo tanto se tienen merecido que los pobres les hagan saqueos.
 
"En una de ésas hasta son cumpas nuestros que se rebelaron contra el neoliberalismo de De la Sota”, debe haber pensado la plana mayor del kirchnerismo cuando negaron ayuda a la provincia opositora. Pero todo se les desarmó cuando lo mismo ocurrió en Tucumán donde todos son del palo y el relato funciona como una pinturita.
 
"Allí tiene que haber habido una mano negra, los cumpas nuestros no serían capaces de hacer tales cosas, ni aunque los haya influido el gordo Lanata con sus diatribas”, supusieron confundidos.
 
En fin, lo cierto es que mientras un "país” festejaba y bailaba en las Cortes del poder o en las afueras del palacio real con sus artistas "populares”, otro "país” era reprimido, pero no se reprimía a los saqueadores sino a los saqueados, a la clase media y baja que salió a la calle en Tucumán, porque decidió peticionar a las autoridades mediante la participación pacífica que le ponga fin, a la vez, a la extorsión policial, a los saqueadores y a la irresponsabilidad de los políticos. Fueron a pedir a los resortes institucionales que cumplan su tarea en vez de desertar como los policías o de intentar salvarse solos como el gobernador y sus automóviles. 
 
En esa misma noche en que los pobres peleaban contra pobres en Tucumán, en la Capital Federal algunos celebraban los diez años de "su” democracia en nombre de los pobres teóricos, esos que sólo viven en su mente. O en nombre de los cuales lucran disfrazando su interés personal de una causa justa.
 
Sin embargo, el problema más grave no es que festejen porque no saben de qué se trata y entonces prefieran mirar hacia otro lado, pues a decir verdad nadie entiende aún del todo lo que está pasando. 
 
El problema más grave es que ni siquiera vean lo que ésta pasando y que por lo tanto lo quieran explicar con el mismo esquema de siempre: conspiraciones, maldita policía, desestabilizadores. Asusta pensar en los que bailan mientras estalla el país. Más que indignar, asusta. Dan tanto miedo como los saqueadores porque ni unos ni otros saben lo que hacen ni lo que dicen. Ni los de arriba ven a los de abajo, ni los de abajo ven a los de arriba. Bailan o saquean por ceguera. 
 
Luis D'Elía ve en los muertos de 2001 a víctimas de la represión, a héroes caídos de "izquierda”, mientras que los muertos en los saqueos son de "derecha”. Pero, insistimos, lo peor no es que digan tamaño disparate sino que se lo crean.
 
La locura está arriba más que en los que, como zombies, saquean. Son -sin duda- una consecuencia por abajo de tanto delirio gubernamental. Este "modelo” se va poniendo insostenible precisamente por exceso de delirio, tanto en sus creadores como en sus creaturas.
 
No es sólo Luis D’Elía -el piquetero kirchnerista pro-iraní- quien piensa que los tres sectores implicados en la invasión (policías, saqueados y saqueadores) son de derecha y que por eso "no son nuestros muertos, sino los muertos de los otros”. 
 
La policía es, para la gente con esta ideología, de derecha por definición y por eso los jueces del sistema como Zaffaroni insinúan ver en ellos a los remplazos golpistas de los militares ahora que estos últimos se han hecho plenamente democráticos y revolucionarios desde que los conduce Milani. 
 
Los saqueados por su parte, esos que van a protestar en masa a la casa de gobierno, "son los mismos que hicieron el 13S y todas esas manifestaciones golpistas. O sea que tampoco son de los nuestros”, afirman los K. Los saqueadores, "aunque provengan de los barrios que nosotros dominamos con punteros, tampoco son nuestros. A los nuestros los creamos mediante asistencialismo y clientelismo para que se quedaran siempre donde están excepto cuando nosotros los llamáramos. De los nuestros esperamos otra cosa, que vayan a la ciudad cuando nosotros se lo pidamos, no cuando ellos quieran”. 
 
Son, estos invasores de abajo, para el gobierno, el rostro deforme de las creaturas ideológicas que fantasearon en su imaginación y creyeron estar creando de verdad mediante el relato y el uso político de la pobreza. O en todo caso son los pobres de la "derecha” los que, en vez de ser el sujeto de la revolución, son la avanzada del golpismo.
 
No, en absoluto son estos los pobres que imaginó León Gieco, ése que cantaba y perorateaba su generosidad en nombre de un pueblo inexistente al que cree representar, mientras otros -salidos del pueblo real- saqueaban. No, se trata de gente muy distinta -y no para mejor- que los relatados.

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