ROSA SARRIES

La Ciudad Pensada: Parque Miguel Lillo de Necochea, 70 años de lucha

Nueva entrega del ciclo de textos "Ciudad Pensada": la ingeniera Rosa Sarries hace un recorrido histórico por el Parque Miguel Lillo en tiempos en que la instalación de una cancha de hockey sintético reavivó la polémica sobre los destinos del predio.
lunes, 21 de septiembre de 2015 · 11:01

NECOCHEA (Cuatro Vientos) - Iniciado en 1945 como Vivero Dunícola y Estación Forestal, el  actual  Parque  Miguel Lillo  ha enfrentado  un permanente proceso  de lucha: Los primeros quince años contra la naturaleza, para construirlo. Y  los restantes, contra las ocasionales y siempre renovadas versiones del  mito del progreso,   para evitar su destrucción. 

Fue creado  a instancias del pueblo de Necochea  para contrarrestar las dificultades que la arena voladora  ocasionaba a la ciudad, fundada en 1881 a tres kilómetros de la costa. Su localización  mediterránea  es el primer indicio de las  desfavorables condiciones que los médanos costeros creaban al emplazamiento urbano.
En 450 Has expropiadas a  Díaz  Vélez, (luego ampliadas con 150 has más donadas por la Provincia de Buenos Aires, denominadas Campo Cipriano),  el Ministerio  de Asuntos Agrarios  llevó adelante la tarea de fijación de dunas, designando  director del ya Vivero Dunícola y Estación Forestal  Eva Perón al Ing. Agr. Edgard Gatti.

En  pocos años, la duna fijada había dado a la ciudad las condiciones de calidad ambiental que había solicitado para asegurar el bienestar de la población. Un estrecha pero muy eficaz franja forestada había apaciguado la arena en vuelo. El sistema de dunas frontales, sabiamente preservado, aseguraba el tamaño y la calidad de las playas.

Contemporáneamente, la creciente cultura  del balnearismo y del disfrute del sol originó el desarrollo de emprendimientos de urbanización costeros en zonas no aptas para actividades agropecuarias.

Un boom inmobiliario, fogoneado desde los centros del poder,  valorizó franjas hasta ese momento” improductivas” de  latifundios litorales, instalándose desde ese momento el modelo de  desarrollo  a "imitar”.
Debido a su origen, oligárquico y por lo tanto desterritorializado y extractivista, no pudo menos que expresarse a través de sus dos vertientes constitutivas: La violencia  y el engaño.

La primera para imponer una mirada unidireccional, acrítica, fragmentada, deshistorizada, descontextualizada y despolitizada, que alcanza el paroxismo con la creación de los municipios urbanos, condenados a la explotación irracional del recurso costero hasta su extinción, como condición  paradójica y trágica de su posibilidad de ser.
La segunda, para construir la entelequia  que permita  el tránsito sin tropiezos hacia el despojo: Un limbo  ornamentado  con imágenes de aventura, hippismo,  naturaleza en estado salvaje, vida sana, bosques idílicos, arquitectura de avanzada,  serenidad  sin par y todo tipo de artefactos que constituyen el contemporáneo  paraíso terrenal.

Es  en este contexto epocal en que debe analizarse la historia del Parque Miguel Lillo. La  sustitución  de  identidad como Vivero Dunícola y Estación Forestal Eva Perón por el de Parque  Miguel Lillo, en 1955, tendría profundas implicancias en el imaginario colectivo, no suficientemente valoradas y   esenciales en la lucha contra su ocupación- destrucción. Perder de vista el concepto de duna es perder de vista el elemento esencial sobre el que gira cualquier proceso de defensa  y lo que habilita todo tipo de aventurerismo inmobiliario.

En la década del sesenta se crea la  "Primera comisión de amigos del Parque  Provincial Miguel Lillo”, para evitar cualquier tipo de cercenamiento, según reza su carta constitutiva. La motorizó el propio Ing. Gatti, quien  conocía como conciliar con la naturaleza  pero  intuía lúcidamente  que la lucha que se avecinaba iba a ser mucho más difícil.

Si en aquellos  días la amenaza era el loteo del incipiente pinar, felizmente conjurada por la lucha ciudadana, hoy es la ocupación de la duna frontal,  apetecido  lugar para el emplazamiento  de los nuevos y depredadores íconos el progreso. Y es nuevamente el pueblo en la calle el que ha impedido la concreción de un nefasto  proyecto de extractivismo urbano: El proyecto Empar.

En tiempos de auge de la discusión ambiental resulta imprescindible la enfática incorporación de la  historia y acción de los movimientos populares ya que ellos han visibilizado  el lado oscuro y siniestro  de  "eso” que en el mercado se llama progreso y que para las grandes mayorías  es  desolación y muerte.

Rosa e. Sarriés

La muralla

Dicen que llego del mar. Naufrago, navegando sobre su esperanza.

Desde ningún lado, llego a ninguna parte. Le gusto lo que vio y decidió. Convoco a los hombres dispersos, les ofreció un sueño, y los hombres dispersos soñaron. "Seremos una ciudad”.

El Filantropo, tal era su nombre, señalo un norte y un sur. Trazo una cruz, desde el centro hacia el infinito. Se paro allí, y agito su espadita de lata al aire, rimbombante, desafío a la nada y reclamo para sí y para los hombres dispersos todo el territorio. "Desde mi ombligo hasta donde lleguen mis ojos” dicen que dijo.
Y los hombres dispersos se juntaron. Construyeron juntos una muralla que los protegiera de la nada. La más hermosa muralla jamás vista. Verde, transparente, viva. A su sombra, todo floreció. La ciudad estaba fundada. La muralla era de todos, y todos sabían que sin ella, el vacio entraría y llenaría todo de nada. La cuidaban, estaban orgullosos de ella y de si mismos.

Los abuelos trabajaron duro, la ciudad creció. Y fue feliz.

Los padres, que todo lo tuvieron, se hicieron dueños de la ciudad. Y siguió creciendo feliz. Todo lo tenían pero algo les faltaba. No recordaban para qué era la muralla. Y empezaron a olvidarse y a olvidarla.

Los hijos, a quienes todo les fue dado, recibieron la ciudad de sus padres. Pero la ciudad ya no crecia. Todos les fue dado, menos una cosa, no amaban a la muralla. Y esta empezó a morir. Y ya no era verde, era gris, no era transparente, era opresora, y su sombra era fría.

Y la muralla murió, y el viento y la arena fueron de todos. El vacio entro finalmente a la ciudad, venciéndola. Los nietos, heredaron la nada. 

La ciudad murió junto con su muralla. No dejo siquiera rastros, no quedaron ruinas bajo el viento. Y la arena al soplar, descubrio la nada, y la nada, una vez descubierta, no se puede volver a cubrir.

Catulo Malvino, "Las ciudades imposibles”
 
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