La Ciudad Pensada: Las comparaciones

La comparación con otras ciudades ha sido un argumento recurrente para forjar la identidad de Necochea y Quequén. Sin embargo, ¿caben estas comparaciones? ¿A qué responden? Y sobre todo, ¿sirven para algo?
lunes, 2 de noviembre de 2015 · 13:33

NECOCHEA (Cuatro Vientos) - Las comparaciones son odiosas…, nos comparamos con aquellos que queremos ser. Con aquello que queremos imitar.  Nos comparan, con aquello a lo que quieren que nos parezcamos, con aquello que quieren que seamos.

Pero más  allá de que a nadie le gusta ser comparado, las comparaciones son una buena herramienta para saber dónde estamos parados. Una herramienta para ubicarnos, para que sepamos a qué distancia estamos de aquello a lo que nos comparamos. Cuanto hay que cambiar, cuanto hay que valorar. Cuanto tenemos, cuanto nos falta, cuanto nos queda.

Para que la comparación sea una herramienta valida del pensamiento, es necesario compararnos con algo equivalente, o similar. Compararnos con algo inalcanzable, solo conduce a la frustración, y a la comprensión equivocada de lo que tenemos y lo que somos. 

Es evidente que nuestra ciudad, no puede ser comparada con Nueva York, ni con Buenos Aires para no irnos tan lejos.  Pero nuestro parque puede ser comparado con el Central Park sin temor a quedarse atrás, o con el Parque Tres de Febrero sin que nada tengamos  que envidiarle. Las comparaciones parciales pueden ser útiles, siempre y cuando no perdamos de vista su parcialidad.

Es obvio que nuestras playas no pueden compararse con las de Brasil (es una comparación irracional, distintas latitudes, otros mares, otros climas), pero su belleza, para aquel que sabe verla, es de una sutileza y unos matices que ni los mares del Caribe pueden dar. Las comparaciones basadas en la subjetividad, no tienen mucho sentido práctico, pero sirven para valorar lo propio.

¿Con quién nos comparamos usualmente? ¿Con quién nos comparan?

Como en los barrios, la primera comparación, y la más odiosa, es con los vecinos. Hagámoslo entonces. Pero hagámoslo de una manera completa, para que el razonamiento sea válido y sirva de algo. 

San Cayetano es un municipio con una superficie un poco mayor a la mitad de nuestro distrito, pero con menos de un  decimo de la población de Necochea. No es una ciudad su cabecera, apenas si pasa de ser un pueblo (y esto no es despectivo, es una valoración de la cantidad de habitantes, las relaciones que se establecen entre ellos y el tamaño de la ciudad). En la relación superficie del territorio/población, la ecuación cierra y el modelo agroexportador alcanza para que todos vivan del campo (o al menos todos sobrevivan del campo). Lo mismo puede decirse de Lobería.  Al ser municipios eficientes en la gestión de la cosa pública, los recursos del estado alcanzan para garantizar un  mínimo nivel de vida para toda la población, y no tienen los problemas de exclusión, pobreza y delincuencia que nosotros tenemos.

La comparación con Tandil, nos puede llevar a caminos errados. Es una ciudad industrial más que agrícola y su ubicación estratégica en el centro de la provincia, la define como una ciudad que estructura la totalidad del territorio provincial. Históricamente es así, fue un puesto de avanzada en la colonización de la pampa creado en 1824 a partir del fuerte.  En el Plan Estratégico Nacional (si, aunque no lo parezca, hay un plan), el triangulo Tandil, Mar del Plata, Bahía Blanca, es el motor del desarrollo del interior de la provincia. Es por eso que se le destina una mayor cantidad de recursos, y se fortalecen los nexos entre las tres  ciudades (siendo los lados del triangulo los corredores a través de Balcarce y Tres Arroyos). En ese mismo Plan, Necochea y Quequen, apenas si ocupan un lugar secundario,  como una ciudad más del corredor costero. Es por esto también, que Mar del Plata y Tandil están unidas por una autopista, mientras nosotros nos matamos a diario en la ruta 88. Es por eso que se invirtieron millones de pesos para hacer una réplica de la Piedra Movediza en papel mache, mientras nosotros seguimos llorando para que reconstruyan el centro turístico. 

A nuestros políticos, a nuestros nuevos ricos y nuestros ricos históricos les gusta comparar a la ciudad con Carilo o Pinamar. Más que un análisis comparativo serio, parecen berretines de pueblerino, que se maravilla con el wi fi en las playas y los shopings pintorescos en medio del bosque. Con una mirada absolutamente sesgada muy cercana a la ignorancia, comparan aquellos aspectos parciales que sirven para justificar sus discursos privatizadores. Proyectan en su comparación, sus deseos personales, y extienden a toda la ciudad eso que desean para si mismos como algo beneficioso para todos. Estas comparaciones incompletas son peligrosas. Carilo es un bosque habitado por una clase media alta y alta solo en verano. No es una ciudad y es difícil que algún día llegue a serlo nunca, ya que no conviven en Carilo todas las clases sociales.

Pinamar es una ciudad sin historia, surgida de un loteo de tierras privadas (Pinamar S.A., 1940)  Este inicio de la ciudad sobre la idea de un negocio inmobiliario y no sobre una voluntad  común de sus ciudadanos, es la que la define y caracteriza como exclusiva y excluyente. El cinturón de pobreza de esa ciudad es alarmante, la destrucción del recurso natural, sus deficiencias en infraestructura básica y  su corrupción lisa y llana (2 intendentes destituidos, dos intendentes interinos en menos de 10 años, el caso Tellechea es un poroto al lado de ese historial) no son tenidas en cuenta en la comparación.  La expulsión de los pobres a la periferia, es lo que permite ese bosque de ensueño de Carilo y la imagen publicitaria del veraneo del "jet set” local en Pinamar. La enorme diferencia con esta ciudad, es que el esfuerzo de fijación de dunas y forestación fue realizado por un desarrollador inmobiliario, y nuestro parque fue una expropiación de tierras y un trabajo realizado por el estado.

La comparación con Mar del Plata, no resiste ningún análisis. Es la ciudad turística del país por excelencia.  Desde su fundación, la ciudad fue pensada y planificada para el disfrute y la exaltación de la belleza natural. Es una ciudad pensada y construida para el goce y el relajo. Una gran diferencia, y es donde reside su jerarquía como "la playa argentina” es su topografía.  Es el único acantilado de piedra sobre el mar de la costa bonaerense, es un punto geográfico único en nuestro litoral marítimo.  Toda ciudad con desniveles, es más bella que una ciudad plana (y así  las favelas de Rio de Janeiro pueden ser vistas como pintorescas, mientras que las villas del conurbano bonaerense solo son miseria). Y la belleza natural junto con la oferta cultural y de entretenimiento, es el principal insumo de la industria turística. 

Comparamos ciudades, tal vez deberíamos comparar ciudadanos. Comparemos a nuestras clases dirigentes, nuestros políticos, comparemos a nuestra burguesía, a nuestros asalariados, nuestros empresarios, nuestros profesionales, nuestros municipales, nuestros laburantes. Comparemos nuestra sociedad y nuestra comunidad. Tal vez por ahí está la cosa, tal vez no es la ciudad, tal vez somos nosotros. Así como el agua le da forma al pez, el pez le da forma al agua. Del mismo modo, los ciudadanos le dan la forma a la ciudad, y la ciudad forma a los ciudadanos.

Nuestra ciudad (y que nadie se confunda con este término, Necochea y Quequen, son una misma y distinta  ciudad, unidas y separadas  por un rio) es única en el país. Y  esto no es una expresión de nuestro ego, es una realidad. Comparémonos, si quieren, con alguna otra ciudad del país, que sea portuaria, agrícola y turística. Con alguna otra ciudad, que sea de la pampa, del rio y del mar. Lo más cercano seria Rosario, pero diferencias históricas, geográficas  y de escala tergiversarían el análisis. 

¿Con quién compararnos entonces? ¿Dónde ubicamos ese lugar al que queremos llegar, donde esta eso que queremos ser? ¿A quién queremos parecernos? ¿Cuál es el espejo en el cual mirarnos?

En nuestro pasado está la clave. Y no, no es nostalgia esto que propongo. Es la vara más alta con la que podemos medirnos. Es la comparación más dolorosa, la que nos deja peor parados. La que hace evidente nuestra mediocridad actual. Pregúntenle a cualquier viejito en cualquier esquina como era la ciudad de su juventud, y bajara los ojos humedecidos en llanto, o despotricara a los gritos contra la ciudad de su vejez. Miren cualquier postal desteñida, miren sus fotos familiares.  Encuentren las diferencias.

El pasado ya no existe más que en los archivos, en la memoria, y en los rastros que podemos encontrar de el al caminar la ciudad. El pasado no existe más que en lo hoy que somos. El futuro aun no existe, es solo un sueño. El presente, y por eso se llama presente me dijeron una vez... es un regalo.  Y es el presente, el  punto de contacto entre lo que ya no es, y lo que todavía no es aun. Solo existe este aquí y este ahora. Solo existe este presente cargado de futuro y de pasado.

Miremos nuestra historia, no con añoranza de lo que ya no va a volver ni con la nostalgia de las felicidades que ya no existen. Miremos nuestra historia  con una mirada crítica. Y sobre todo, miremos que fue lo que sucedió, que fue lo que hicimos mal, entre ese pasado glorioso y este presente decadente. Como fue que nos convertimos en esto que hoy somos.  Como llegamos a este punto. En qué fallamos.

¿En que esquina de la historia equivocamos el camino?
 
(*) Arquitecto Ernesto Aleman

 

 

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