ROSA SARRIES
La Ciudad Pensada: El Turismo
La ingeniera Rosa Sarries reflexiona sobre el modelo extactivista y la quimera que presenta la promesa del desarrollo turístico en nuestra ciudad.NECOCHEA (Cuatro Vientos) - El turismo, entendido como producto de la acumulación capitalista, se fundamenta en el desarrollo desigual y combinado de diferentes partes de la humanidad. Enormes concentraciones de bienestar por un lado y pobreza y opresión por el otro.
El convencimiento de que el turismo genera beneficios sin requerir grandes intervenciones, ya que tanto el paisaje, el sol, la playa, la cultura o la gastronomía son insumos turísticos preexistentes, le han dado una imagen que lo presenta como un eficaz motor del desarrollo.
La maquinaria "turistizadora", fogoneada a través del poder comunicacional, instala en el imaginario de la ciudades con posibilidades de ser "comercializadas", la imperiosa necesidad de asomarse a esa feria de gangas y novedades donde se resolvería, como por arte de magia, su crónica situación de "atraso”, o de "haberse quedado”, sin explicar en qué consisten esas categorías y cuál será el costo de abandonarlas, pero sembrando la edulcorada sospecha de que le fin justifica los medios
En el confronte del turismo con la realidad, el mito puede volverse quimera.
Como actividad esencialmente extractivista, sin excepción, se desarrolla sobre la base de dañar ecosistemas, malbaratar recursos naturales, mercantilizar expresiones culturales, crear marcos favorables para la corrupción, erosionar la institucionalidad política, desconocer derechos laborales, privatizar bienes públicos que conservan el carácter de bienes comunes, en distintos grados y particularidades.
Ocupando enormes espacios en los medios de difusión como relleno publicitario, es eficaz para pasar desapercibido ante el robo sin escrúpulos de los recursos energéticos y bienes ambientales de las periferias saqueadas y transformarse en flecha temporal hacia la conversión de todo el planeta en un paraíso del ocio que no conoce fronteras.
El culto al ocio ostentoso que caracterizó al capitalismo de la belle èpoque, fue introducido en nuestro país por la "generación del ochenta”, primera generación frívola, refinada y cosmopolita, de cronistas superficiales, políticos mundanos, conversadores de salón y habitués de club, todos ellos miembros de una oligarquía argentina cuya alianza con el imperialismo inglés le permitía vivir el auge económico con un sobrante de riqueza que impulsaba su tendencia a ocupar en forma casi lúdica, "ese tiempo carente de ocupaciones”. Pues ya habían "habilitado” el desierto, "civilizado al bárbaro”, fundado la Sociedad Rural, escriturado y amojonado millones de hectáreas, tendido miles de kilómetros de alambrado, sin por eso desatender la labor parlamentaria donde sancionarían instrumentos como la Ley de Residencia,( dedicada a esos gringos ariscos que podían llegar a arruinarles tanta prolijidad), o escribir libros como Juvenilia.
Después de semejante faena, cumplida con prisa y sin pausa, se sintieron merecedores de un descanso reparador.
Habían conocido en Europa los encantos de Deauville, Brighton, Biarritz y de vuelta al pago empezaban a fantasear con un "paraíso” local.
Mar del Plata sería la concreción del sueño de una vida mundana, donde la burguesía porteña estaría libre del asfixiante clima de una capital invadida por la inmigración hacinada que hacía irrespirables aquellos buenos aires.
Era una ciudad nueva, de total inutilidad económica y cuyo lejanía y dificultades de acceso, (curioso antecedente de las actuales urbanizaciones bunkerizadas), la convertían en predio privado donde recuperar el aislamiento y ponerse a salvo de un afuera siempre "amenazante”.
La ciudad sería inútil pero la empresa del ocio requería confort e inversiones.
La llegada del ferrocarril, cuyo tendido se hizo a la tradicional usanza de época, (una leva de peones santiagueños), sólo dos coches y furgón de encomiendas, con personal uniformado y de guantes blancos y la inauguración del Brístol Hotel marcarían durante cincuenta años la vida de una ciudad filistea.
Por estos lares el Hotel Victoria,( como la Reina de los siete mares), en Quequén, o el Necochea Hotel en la Villa Díaz Vélez, amojonarían una periferia turística no exenta de aires de grandeza.
Mientras que el después llamado Quequén,( "Paraíso del Veraneante”, en los folletos de promoción del Ferrocarril Sud), contaba con el salón comedor más grande de América del Sud, (cincuenta metros de largo por trece de ancho), construido a orillas del mar y desde donde se veía el "espectáculo” del oleaje, el monumental hotel de Nazarre, Pieres y Diaz Vélez, entre sus "novedades” promocionaba desde las oficinas de Florida 339 "Instalaciones de baños calientes de mar”.
La mayoría de la población, por ese entonces comía en cocinas ahumadas, usaba letrinas y se bañaba con agua "soleada”.
Los libros de huéspedes registrarían prolijamente algunos nombres y apellidos que también aparecerían en los textos de historia, plazas, calles, avenidas, ciudades y hasta accidentes geográficos, como el del Doctor Carballido, aún vigente, aunque por razones nunca imaginadas por el ilustre veraneante.
La burguesía ociosa que se posesionó de estos exclusivos balnearios para jugar y tomar sol entre los de su clase, sólo toleraría en ellos una población estable de comerciantes, sirvientes y todo tipo de gente necesaria solamente para poder estar bien servida, a la que volvería "antes del fin” entre los velos amarillentos de apergaminados recuerdos:
"Doña Carmen y su lavandería inmaculada. Juanita, Tita, Susy… con sus cofias blancas, que hasta nos hacían las valijas. Pablo y su smoking negro, al comando de los "mozos”. César, el "Don Juan” del comedor de los chicos. Teodoro: ofreciendo "sopa de pastina”, y tantos más…” (Recuerdos. 100 Años del Hotel Quequén.1994, pág. 16).
Si la colonización capitalista arrullada por las odas a los ganados y las mieses , se había "desentendido” de ciertas zonas por "improductivas”, la globalización de las finanzas vendría a redimirlas del "olvido”.
Y el Turismo, monocultivo del negocio hotelero y la construcción residencial y suntuaria, será su emblema.
Instrumento privilegiado del neoliberalismo, es presentado ante las comunidades "postergadas” y a sus dirigencias "facilitadoras” como la opción para ocupación de la mano de obra, (barata), y el "desarrollo”, (mercantilización) de su patrimonio ambiental como "potencial desaprovechado”, mediante la "imprescindible”, ( y excluyente) participación del "capital foráneo”, al que "habría que seducir”.
Discurso ambiguo y por lo tanto inquietante, ha hecho fácil presa de cierta y extendida "clase media” conservadora y reaccionaria en términos políticos y en términos culturales, portadora de una cultura mimética y de consumo ostentatorio.
La ciudad turística es así "imaginada” en función de los intereses de la acumulación del capital y para satisfacción de los sectores sociales acaudalados y no en función de las necesidades de los propios habitantes. Si se observan destinos turísticos como los siempre paradigmáticos Pinamar, Cariló o Mar de las Pampas, entre otros de la costa bonaerense ,(levantados o a levantarse), o la construcción de complejos termales y de cabañas difusos en el territorio, puede verse claramente hacia donde apuntan estos "modelos " de urbanización.
A medio camino entre los deseos veleidosos del turista, y los rigores de la usura capitalista el turismo genera ciudades donde "se yuxtaponen la sociedad puramente consumidora de los visitantes que se divierten y gozan y los lugareños que se ven mezclados pero no unidos, participando sólo en parte de la fiesta, trabajando discreta y silenciosamente para que la diversión sea posible. No son sólo los intermediarios entre el producto y el consumidor, sino que su puesto les da una significación especial: Están para satisfacer los deseos del turista ávido de diversiones, tienen en sus manos los productos anhelados por el turista, los supuestos placeres, el ilusorio goce de la vida. Deben por lo tanto tratar de descubrir las necesidades del turista, interpretar sus deseos más íntimos, adherirse a éste por una especie de sistema de dependencia que no puede ser vivido sino conflictualmente. Sus puestos son claves para la ciudad, pero además son sirvientes y lo saben.” (Juan J. Sebreli. Mar del Plata el ocio represivo. Pg.91).
Así, sobre el carrusel de la las periferias turísticas, el espejismo del turismo foráneo sobrevuela cual ave de rapiña, ávido de presas suculentas, que podrá llevarse por el modesto valor de una propina.
(*) Ingeniera Rosa Sarries
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