
El uso del celular entre estudiantes de primaria y secundaria en Argentina se ha vuelto tan común que ya representa un verdadero desafío para las instituciones educativas, especialmente en el ámbito privado. Lejos de existir una solución uniforme, los colegios prueban distintas estrategias para lidiar con una realidad que se impone: el celular se ha transformado en una extensión del cuerpo de chicos y chicas desde edades cada vez más tempranas.
Según datos del informe Kids Online Argentina 2025, elaborado por UNICEF y UNESCO, el 95% de los estudiantes de entre 9 y 17 años tiene su propio celular con acceso a internet, y el 88% se conecta todos o casi todos los días. La edad promedio en la que reciben su primer dispositivo es de apenas 9,6 años. Si bien más de la mitad lo usa para estudiar y aprender cosas nuevas, solo seis de cada diez jóvenes dicen poder identificar si una fuente es confiable.
La Asociación de Institutos de Enseñanza Privada de Argentina (AIEPA) viene relevando distintas experiencias sobre el uso del celular en las aulas. El panorama es disperso: hay instituciones que aplican restricciones estrictas, otras que delegan las decisiones en los docentes, y algunas que intentan integrar los dispositivos con fines pedagógicos.
“Nos preocupa el acceso temprano y el uso irrestricto de los celulares, y cómo esto impacta en los entornos de aprendizaje. Sin una regulación adecuada, las aulas pierden foco y calidad educativa”, explicó Martín Zurita, secretario ejecutivo de AIEPA. Y agregó: “Hay un consenso: el tema no puede ser ignorado”.
El Complejo Educativo Rubén Darío, en Villa Ballester, implementó una regulación clara: los celulares solo pueden usarse cuando el docente lo indica y con fines pedagógicos específicos. “Cada notificación interrumpe el acto pedagógico. La atención se fragmenta y se tarda minutos en recuperarla”, aseguró Tamara Iuso, vicedirectora del nivel secundario. La medida, más que una prohibición, busca favorecer la atención plena. “La pandemia dejó la idea de que todo puede hacerse desde una pantalla, pero la escuela es también vínculo, convivencia y cuerpo presente”, reflexionó.
En el Instituto Avellaneda, en cambio, adoptaron una estrategia más flexible. “Cada docente encontró su modalidad. Algunos piden que el celular esté guardado; otros, que se use en determinados momentos”, detalló su directora, Sandra Fernández. Desde su rol de profesora de informática, Fernández considera que prohibir no es la respuesta. Apuesta a un uso responsable acompañado por normas claras y trabajo de concientización. “No se permite grabar ni compartir imágenes de compañeros o docentes”, subrayó.
El Colegio Asunción de la Virgen, de Olivos, decidió que desde este ciclo lectivo los estudiantes deben dejar sus celulares apagados en un box dentro del aula. Solo pueden usarlos si el docente lo autoriza con fines educativos. “Queremos fortalecer capacidades como la imaginación, la organización y el pensamiento complejo”, indicaron desde la institución.
Para reforzar el nuevo protocolo, se colocaron carteles en las puertas del aula que señalan cuándo el uso de tecnología está habilitado. La iniciativa fue bien recibida por las familias, aunque en los primeros días generó ansiedad en los alumnos. “Con el tiempo, la práctica se naturalizó”, contó la directora María Gimena Venditti.
En varios casos, la regulación del uso de celulares incluso mejoró el clima escolar. Docentes que durante años sintieron que estaban en una “batalla desigual” ahora encuentran mayor respaldo institucional y una disminución en la ansiedad digital de sus alumnos. “Muchos chicos sienten alivio cuando no tienen que estar pendientes del celular”, dijo Iuso.
Las estrategias son diversas, pero coinciden en una misma preocupación: el uso desmedido del celular en las aulas afecta la concentración, la calidad del aprendizaje y los vínculos entre estudiantes. En ese marco, los colegios privados ensayan respuestas frente a un escenario que llegó para quedarse. La meta no es volver a una escuela desconectada, sino construir un equilibrio entre la tecnología y el acto educativo.