
La conmoción por el caso de Fernando Dellarciprete, el hombre que asesinó a su esposa y a sus dos hijos antes de quitarse la vida arrojándose bajo un camión en la Ruta 228, no solo sacudió a Necochea y Tres Arroyos, sino que reavivó un patrón trágico que se viene repitiendo con preocupante frecuencia en Argentina: los familicidios.
Este miércoles, Fernando Dellarciprete, de 40 años, retiró a sus dos hijos de 4 y 10 años de sus respectivos centros educativos. Horas después, sus cuerpos aparecieron en una zanja en la banquina del kilómetro 75 de la Ruta Nacional Nº 228. Poco antes, Dellarciprete se había lanzado bajo las ruedas de un camión que viajaba desde Necochea hacia Tres Arroyos. En su domicilio, la policía encontró sin vida a su esposa, Rocío Villarreal, con un corte en el cuello.
La investigación a cargo de la fiscal Natalia Ramos reveló que Dellarciprete estaba bajo tratamiento psiquiátrico. Se sospecha que todo fue un acto premeditado, aunque no había denuncias previas por violencia de género.
Este caso no es un hecho aislado. En lo que va de 2025, se han registrado al menos cuatro casos similares de familicidios en el país:
Córdoba, febrero 2025: Un hombre de 38 años asesinó a su pareja y a sus tres hijos antes de suicidarse. Había perdido el empleo semanas antes.
San Juan, abril 2025: Otro caso conmovió a la provincia cuando un padre mató a su esposa, sus dos hijas y luego se quitó la vida. No tenía antecedentes penales ni denuncias previas.
Santa Fe, mayo 2025: En un pueblo rural, un hombre asesinó a su ex pareja, su suegra y sus dos hijos. Luego se suicidó en un campo cercano. Tenía un historial de consumo problemático de sustancias.
La Plata, junio 2025: Un exmilitar retirado mató a su esposa y a su hijo discapacitado y luego se disparó. Vecinos declararon que la familia vivía aislada.
Estos casos comparten elementos que se repiten: hombres sin denuncias previas, con problemas de salud mental o en situación de crisis, que deciden asesinar a su entorno familiar como forma de "castigo", "control" o "huida".
La falta de redes de contención, el estigma sobre la salud mental, la ausencia de dispositivos de intervención temprana y la invisibilidad de violencias no físicas son factores que aparecen en cada una de estas tragedias.
En muchos de estos casos, las investigaciones judiciales revelan una ausencia de denuncias, pero también un vacío institucional para detectar situaciones de riesgo. El hecho de que los hombres decidan acabar con la vida de sus hijos también plantea una discusión sobre la violencia vicaria y la percepción de la familia como propiedad.
La fiscal Ramos, a cargo del caso Dellarciprete, subrayó que es clave profundizar en la parte psiquiátrica del acusado: "Queremos saber si fue un brote psicótico o algo planificado. Hay muchas piezas por ordenar, pero esto no se puede mirar solo como un hecho aislado".
El caso Dellarciprete es apenas la cara visible de una problemática silenciosa que sigue cobrando vidas. La pregunta ya no es si hay una crisis, sino qué estamos haciendo para prevenir la próxima.
Invertir en salud mental, romper el silencio, sensibilizar sobre los signos de alarma y dotar al sistema judicial y social de herramientas para actuar de manera preventiva son hoy más urgentes que nunca.
Familicidio no es locura ni accidente: es la forma más extrema de la violencia. Y está ocurriendo en nuestras ciudades.