23/10/2025 - Edición Nº316

Necochea

16 de junio de 1955: El primer bombardeo de la Fuerza Aérea Argentina fue contra la población civil en Plaza de Mayo

16/06/2025 12:38 |



Se menciona poco en esa intención de "postverdad" de estos tiempos que corren, que intentan borrar la historia y reescribirla convenientemente: este 16 de junio se cumplen exactamente 70 años de la primera vez que la Fuerza Aérea Argentina usó sus aeronaves para hacer un bombardeo. Lamentablemente, esa primera e histórica maniobra fue aplicada sobre la propia población del país, apenas tres meses antes de la llamada "Revolución Libertadora", y atacó la Casa Rosada y la Plaza de Mayo intentando matar a Juan Domingo Perón y masacrando en el intento a cientos de personas que habían ido a la plaza a presenciar un desfile aéreo.

El 16 de junio de 1955 marcó un antes y un después en la historia argentina: por primera vez, la Fuerza Aérea y la Aviación Naval bombardearon y ametrallaron a su propia población civil en pleno centro de Buenos Aires, dejando un saldo de más de 350 muertos y más de 1.200 heridos. El objetivo era claro: asesinar al presidente constitucional Juan Domingo Perón y derrocar a su gobierno mediante el terror, en un ataque que hoy es considerado un crimen de lesa humanidad.

Aquella jornada de horror comenzó a gestarse dos años antes, cuando el capitán de fragata Jorge Alfredo Bassi lanzó una frase tan reveladora como premonitoria: “¡Qué lindo imaginar la Casa Rosada como Pearl Harbour!”. La comparación con el ataque japonés que llevó a Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial no fue casual. Bassi y un grupo de conspiradores civiles, militares y religiosos planearon meticulosamente un atentado aéreo que no solo apuntaba a Perón y su gabinete, sino también a sembrar el caos y el miedo en la población.

El 16 de junio, mientras se preparaba un desfile aéreo convocado por el gobierno como desagravio a una bandera quemada días antes, los conspiradores pusieron en marcha su ofensiva. Desde el mediodía, aviones Avro Lincoln y Catalinas con la leyenda “Cristo Vence” pintada en sus colas comenzaron a arrojar bombas sobre la Plaza de Mayo, la Casa Rosada y zonas aledañas. En la plaza, además de los habituales transeúntes, había familias y niños que se habían acercado a ver el desfile.

Las bombas cayeron sobre trolebuses, edificios públicos, calles y plazas. En total, se arrojaron 9.500 kilos de explosivos y se dispararon miles de balas contra la multitud. La masacre no se limitó a un ataque sorpresivo: tras una primera oleada, cuando la CGT convocó a los trabajadores a defender al presidente, los aviones volvieron y repitieron el bombardeo con la plaza ya colmada de personas.

El presidente Perón, advertido minutos antes del ataque, logró escapar de la Casa Rosada hacia el Ministerio de Guerra. Esa noche, con la ciudad aún humeante, habló por cadena nacional: “No nos perdonaríamos nosotros que a la infamia de nuestros enemigos le agregáramos nuestra propia infamia. Los que tiraron contra el pueblo no son ni han sido jamás soldados argentinos”.

La intentona golpista fracasó, pero sus autores huyeron en aviones rumbo a Montevideo, donde fueron recibidos por aliados. Uno de ellos, el capitán Carlos Guillermo Suárez Mason, participaría décadas después de la represión ilegal como comandante del Primer Cuerpo del Ejército durante la última dictadura militar.

Tres meses más tarde, en septiembre de 1955, Perón sería derrocado por la autodenominada "Revolución Libertadora", que prohibió nombrarlo, silenció el atentado y garantizó impunidad a los autores. Muchos de ellos, como Emilio Massera, Orlando Agosti y Oscar Montes, ocuparían puestos clave en la dictadura de 1976, dando continuidad a una lógica represiva que nació el día en que el Estado argentino bombardeó su propio corazón político y social.

A 70 años de aquella masacre, el recuerdo del 16 de junio de 1955 sigue siendo una herida abierta en la memoria colectiva del país. Fue la primera vez que el terror aéreo se utilizó como herramienta política contra civiles en la Argentina. Y, aunque silenciado durante décadas, hoy se reconoce como lo que fue: un crimen de Estado.

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